Un día, el destino escribió que debíamos conocernos. Diseñó para nosotros, un camino que merecería la pena recorrer, pero nunca advirtió de sus obstáculos. Hizo que tropezáramos de manera caprichosa, pero nunca nos enseñó cómo teníamos que levantarnos.
Te obligó a que entraras en mi vida, que paseases a tu libre albedrío por los rincones de mi alma, que te arrojaras al vacío de mi corazón, y anudaras en su profundidad una cuerda que al menos impidiera perderte, y permitiera encontrar la salida. Pero no hiciste caso a las indicaciones, y finalmente, acabaste inmerso en la perdición y desbocado por la locura. Yo salí adelante, con mis convicciones. Mis pies, arropados por mis ideas, cabalgaban gloriosos hacia mis firmes metas.
Ahora, el destino se torna y me toca a mí perderme, tú has llegado a la meta, y yo simplemente tengo que empezar a correr... El tiempo no corre a mi favor, pero por suerte, empiezo a sentir que el viento corre conmigo, y que mi paso se va aligerando.
El destino se disfraza de amor, se esconde tras los arbustos de las desdichas y se sumerge en la pasión de las alegrías. Nace con nosotros, y nos acompaña hasta la muerte.
1 comentario:
Lo que ha de suceder, sucederá. :)
Publicar un comentario