martes, enero 19, 2010

Momentos de delirio

Anoche estuve conmigo misma...

Me desperté en un sueño en el que mi persona se dividía en dos. Una parte, segura de sí misma, propuesta a lanzarse al mundo y darse a conocer, dispuesta a tomar la iniciativa de muchas cosas buenas. Quería ser alguien más que un simple rostro. Quería alimentarse de sabiduría, de retos, de objetivos y de esperanzas. Pero lo que es más importante, esa parte de mí misma quería alcanzar esas metas, estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario. Quería triunfar, y estaba segura de que lo haría. El esfuerzo, el trabajo, la fé en sí misma y la constancia, eran sus herramientas más fuertes y eficaces; la clave del éxito.

La otra parte de mí misma, era una completa aberración. Una vergüenza. No merecía ni si quiera existir. No hablaba, no sabía caminar, no sentía, no pensaba...
Solo era un trozo de carne y hueso que existía por mera casualidad. Su color de piel, su pelo y sus ojos eran apagados, se mostraba realmente perdida, aturdida, sin saber a dónde ir y sin saber qué hacer. Más que una persona, parecía un ratón encerrado en una jaula esperando a que alguien viniera a preocuparse por él, ponerle la comida, y con mucha suerte, quizás liberarle de aquella prisión y regalarle la libertad. Esperaba ansiosamente a esa persona, porque sabía que ella misma era incapaz de hacerlo. Envidiaba a mi otra parte, codiciaba su fuerza de voluntad, su capacidad de superación y su iniciatiba para plantearse y lograr sus objetivos. En el fondo, deseaba ser así, pero no sabía cómo lograrlo. Seguía perdida y cegada ante el espejismo de su prójima semejanza.

Por suerte, en ese instante alguien golpeó a la puerta de mi habitación. Conseguí despertar, pero ahí estaba yo, solo yo.