miércoles, mayo 26, 2010

En el lienzo de un niño...



Conducía por el camino del olvido. No perdía la vista del horizonte, pero sin poder evitarlo, un ojo permanecía pendiente del mundo que quedaba tras mi espalda. Por la ventanilla del auto contemplaba los árboles presentes a cada lado de la estrecha y angosta calzada por donde circulaba, mientras que éstos dejaban sus hojas caer sobre mí. Era verano, pero el ambiente recordaba a cualquier tarde de otoño. El día, a media luz; las hojas cayendo y el tiempo variaba... Frío, calor, frío, calor... ¡Menuda indeterminación! Un caluroso día de verano, que quería ser otoño por momentos.

El día estaba loco, al igual que el tiempo y mi cabeza. Y a pesar de eso, de lo extraño, no podía dejar ni un solo segundo de contemplar la belleza del lugar. Un lugar único, desconocido, del que su existencia solo hubiera podido ser imaginada por la mente de un niño con lápices de colores, que trata de impregnar en su lienzo la emoción y la inocente sonrisa y dulzura de su niñez. Y, ahora, este lugar, vivo reflejo y transmisor de esos valores tan simples, se torna sobre mí para compartirlos y enseñarme que se puede ser adulto y maduro, se puede llorar y se puede dudar. Pero lo que nunca hay que perder es las ganas de luchar, de aprender, de emocionarse, de reir y de ser ese niño pequeño que dibujaba.

Por eso respiro y camino para olvidar. Para olvidar que hizo frío y recordar que, pronto, vendrá el calor y días para volver a recordar y, otros, para volver a olvidar.

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