domingo, abril 18, 2010

Basado en hechos reales...

"Pasamos aproximadamente 1 mes de nuestras vidas esperando en los semáforos" 


No es un dato áltamente relevante, lo único que pone en evidencia es la cantidad de tiempo que dejamos pasar a nuestro alrededor; que derrochamos; que echamos tontamente y lo amontonamos en el infinito saco de momentos olvidados. Son esos momentos que forman parte de la inconsciencia, a los que no damos importancia.
Si alguna vez tuviéramos que hacer inventario de ellos, muy probablemente nunca acabaríamos. Con total seguridad, sumarían mucho mas de 1 mes, incluso, me atrevería a decir que podríamos contar unos cuantos años de nuestras vidas transcurridos de forma inconsciente, aunque, también es cierto, que gran parte de esta suma es inevitable.

Otras veces administramos el tiempo de manera errónea, nos equivocamos al dedicar nuestro crono a diversas situaciones, emociones, sentimientos o, incluso, personas. Cuando nos hayamos inmersamente enzarzados con, o contra alguno de estos motivos, nos cuesta creer que las horas pasan y solemos entrar en un estado de inconsciencia, en el que las horas transcurren, sí, pero pesan. Es un estado parecido al momento de esperar en el semáforo. Pero, entre estos dos momentos, existe una abismal diferencia que estriba en que unos entran en el llamado "saco del olvido", y otros no, a pesar de nuestros intentos.
El tiempo pasa. No nos damos cuenta, pero hay cosas que nunca pueden olvidarse, ni borrarse.

Mientras estás en ese estado de vigilia, parece que vives todo como en tercera persona y, aunque te estén "pegando una ostia", parece que el dolor permanece inerte sobre tí. Como cuando abrigas tus manos con guantes y no puedes sentir del todo la yema de tus dedos.

De repente, llega el día en que despiertas de esa vigilia. El momento en el que despierta tu consciencia, miras hacia atrás y descubres que no fueron unas horas, ni unos días lo que dejaste pasar, sino muchos meses, muchos momentos, muchas cosas que pasaron sin querer, sin darte cuenta; pero que se han fosilizado en tí, y descubres que se han diluido en tu personalidad, que han modificado tu propio código de conducta y, que incluso, ahora mismo se encuentran condicionando tu día a día.
Entonces te haces unas cuantas preguntas estúpidas... ¿Cómo coño dejé pasar tanto tiempo? o... ¿Cómo cojones he llegado hasta aquí?


Pero el tiempo puede fraccionarse en infinitos trozos, y seguro que entre todos esos momentos transcurridos inconscientemente, existen muchas fracciones distintas que pueden ser muy buenas, muy malas o intermedias para ambos opuestos. Cuando empiezas a despertar, evidentemente, las malas o muy malas pesan sobre sus adversas, y te hundes en pensamientos negativos.
Pienso que es imprescindible ponderar estas fracciones temporales ya vividas, pero hacerlo de forma invertida es un verdadero error. Las cosas malas pesan y deben pesar, pero al fin y al cabo, deben terminar hundiéndose, dejando flotar y aflorar lo bueno, lo mejor. Lo correcto es ponderar con más valor las mejores fracciones, que, hablando (o escribiendo) de manera más entendible, se tratan de los mejores momentos.

De esta manera, le devuelves utilidad a ese tiempo de navegación sin rumbo. Dejas que sean ese sentimiento, situación, emoción o persona las que te llenen y marquen positivamente tu reloj, impidiendo que sean los malos recuerdos los que te gobiernen. Aprendes a administrar y valorar el tiempo, que deja de transcurrir en vano y comienza a correr a tu favor permitiéndote disfrutarlo, ayudándote a ser feliz.


Es entonces cuando aprendes a ser rico sin tener nada dinero.
 Y miras al reloj y de repente ayer fue hoy, y hoy es mañana...

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